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Aumento alarmante en la automedicación con tranquilizantes entre estudiantes revela un fenómeno preocupante en la salud mental juvenil

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El consumo irregular de tranquilizantes entre estudiantes registra cifras en aumento, según el último informe del Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol (Senda). Una de las cifras más llamativas pertenece a los jóvenes que admiten usar medicamentos como clonazepam, alprazolam, diazepam o lorazepam sin receta médica, alcanzando un 5,7% de los encuestados, lo que significa un crecimiento significativo frente a años anteriores.

Si bien el consumo de alcohol y marihuana muestra una baja significativa, el de tranquilizantes se incrementa, generando nueva preocupación en autoridades y especialistas. Rodrigo Goycolea, docente de la Universidad San Sebastián, explicó que la mayoría de los estudiantes consigue estos fármacos de forma informal, a través de familiares, amigos o conocidos. Las redes sociales, mercados digitales y ferias libres también se presentan como vías de acceso, todo esto fuera del control sanitario requerido.

Rutas informales de acceso



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Estos medicamentos, que requieren de receta médica retenida —un documento que queda en la farmacia tras la compra—, se ofrecen en grupos de WhatsApp y circulan en espacios donde estudiantes comercian artículos de todo tipo. Las solicitudes y ofertas aparecen de manera abierta y directa, revelando la facilidad con que los jóvenes acceden a los tranquilizantes.

Una estudiante, por ejemplo, publicó en un grupo universitario: "¿Alguien vende Samexid?" (fármaco para el déficit de atención), recibiendo respuestas concretas y rápidas de otros miembros. Esta dinámica demuestra que no todos los estudiantes adquieren ni consumen de la misma forma, aunque la práctica se repite en distintos entornos educativos.



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Realidad y percepción

Las cifras del Senda detallan diferencias importantes según género y edad: el 6% de las mujeres admitieron automedicarse con tranquilizantes sin indicación médica durante el último año, frente a un 5% de los hombres. El consumo fue mayor en jóvenes de 23 a 24 años (8,2%), seguido por quienes tienen 25 años o más (5,9%) y el grupo de 21 a 22 años (6,0%). Entre adolescentes de 17 a 20 años la prevalencia bajó al 4,5%.

El factor económico se suma como motor clave. Sebastián, universitario, relató que acudir a un psiquiatra cuesta hasta 60 mil pesos, mientras que "ansiolíticos en la feria pueden costar alrededor de seis mil pesos". En redes sociales, se ofrecen fracciones de cajas a cinco mil pesos y cajas completas a diez mil, evidenciando la existencia de un comercio paralelo.

Riesgos y fiscalización

Las autoridades han detectado la magnitud del asunto e impulsan controles, pero reconocen que las incautaciones y operativos solo abordan una parte del problema. La facilidad para obtener recetas médicas, que luego se destinan a la reventa, incrementa el acceso irregular, advirtieron desde Carabineros y la Policía de Investigaciones, quienes han desplegado operativos en ferias y mercados informales.

La directora nacional de Senda, Natalia Riffo, destacó que se está implementando un Sistema Nacional de Receta Electrónica, enfocado en limitar el acceso irregular y mejorar el control sobre fármacos que pueden generar riesgos graves si se usan sin supervisión.

Consecuencias en salud y medidas

Goycolea agregó que el aumento en la automedicación responde, principalmente, a la presión académica, la incertidumbre financiera y problemas psicosociales comunes en la etapa universitaria. Muchos jóvenes recurren a tranquilizantes para enfrentar ansiedad, insomnio y estrés, pero lo hacen sin conocimiento o control, lo que incrementa los peligros.

Desde la Universidad San Sebastián sugieren campañas educativas para estudiantes y sus familias, orientadas a visibilizar los riesgos de la automedicación y la importancia de la supervisión médica. Además, proponen fortalecer la identificación y regulación en espacios donde se venden estos medicamentos fuera de los canales legales.

Según el psiquiatra Miguel Prieto, de la Clínica Universidad de los Andes, los riesgos van desde sedación excesiva, mareos, pérdida de memoria, caídas y accidentes de tráfico hasta la adicción. Estos efectos se agravan al mezclar tranquilizantes con alcohol, aumentando la peligrosidad para los jóvenes.

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